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viernes, 21 de junio de 2013

En el mar la vida es más sabrosa


El fin de semana que acaba de pasar se cumplió un sueño de secundaría: ir a Vallarta con mis amigos (sin padres). Salimos el viernes por la tarde, pues algunos tenían clases y apenas el miércoles por la noche volvimos, varios tonos más morenos que cuando empezamos. 

Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Hace años que no disfrutaba tanto la playa como en esta ocasión e incluso no me importó asolearme (y pese al bloqueador quedar toda quemada). 

Pasamos días bastante divertidos y con dosis de mar (y arena), alberca, largas (hasta de 2 horas y media) caminatas por la playa al atardecer, slackline, voleibol playero, rica comida, juegos de mesa y Game of Thrones. 

Claro que nada hubiera sido lo mismo si no hubiéramos estado los que estábamos. 


El primer día llegamos por la tarde-noche, así que nos conformamos con una rica cena y una partida hasta las 3 de la mañana de dominó cubano (en el cuál Deborah nos dio una tremenda paliza). 
Temprano al día siguiente acompañamos Deb y yo a nuestros queridos amigos Ricardo y Armando a pescar la batalla con Don Pescado. Pero como nos dio flojera entrar al mar nos quedamos únicamente tomando fotos a lo lejos. Y entonces pasó cierto cangrejo a saludarnos, pues escuchó que Deb no había visto cangrejos antes y nos fue a modelar: 


Ese mismo día tendríamos Deb y yo una terrible aventura de sufrimiento (aunque fue chistoso después) en la que las tías de Lucía nos llevaron a un casino y tardamos horas en ir al supermercado. 

Y al volver pudimos nadar un poco y luego subirnos a cocinar y comer. Y para bajar la panza un poco de GOT. 

Luego caminamos por la playa y ahí tomaron una foto que me encanta: 

Esas dos locas son de lo mejor que me ha pasado en la vida :)

Al día siguiente por fin pudimos entrar al mar y quemarnos bien padre la espalda y los hombros. Para luego ir a refugiarnos a la sombra de los puentes que cruzan la alberca. Afortunadamente aquellos que se irían ese día decidieron quedarse un día más, por lo que en la tarde (una vez más después de un capítulo de GOT) pudimos ir a pasear al malecón. Y durar horas buscando una tienda para conseguir un rollo para la cámara de Deborah, el cuál -como era bien sabido- jamás conseguimos.

Al final del malecón (bueno, el casi final) decidimos sentarnos a observar el atardecer y ahí yo intenté que me tomaran fotos simulando a la Sirenita de Andersen.


El día siguiente fue muy cansado, y no tomé ninguna foto. Nos despertamos más tarde de lo planeado, desayunamos y nos fuimos a la playa a jugar voleibol. Soy verdaderamente malísima, pero me divertí muchísimo (y me cansé más). Y para refrescarnos un rato al mar y a la alberca. Y entonces llegó la triste hora de que se fuera 1/3 de nuestro grupo. Los que nos quedamos vimos la película de In Bruges la cual nos encantó. Y salimos a dar una larguísima caminata.

El martes fue un día relajado. Por alguna razón pese a haber dormido muchísimo, o quizás debido a ello, me morí de sueño todo el día. Salimos a leer bajo una palapa en la playa y luego nos metimos un ratito al mar, pero como ya no quería quemarme me regresé a la palapa y dejé al pobre de Fabián hablando solo porque me quedé dormida, ups. Nos fuimos un rato a la alberca (eso de ir del mar a la alberca se convirtió en una especie de rutina agradable). Comimos y después de un rato cada quien estar en su mundo (yo estaba leyendo) bajamos a hacer un rato slackline. Yo por primera vez. Fue un rato muy divertido, pero el sol y el sueño permanente que tenía me aturdieron y huí. Bueno, algo así, me regresé al departamento a leer, jijiji. 
Y me fui a dormir terriblemente temprano, mientras que Alex y Lucía iban a ser niños cool y bajaron a la playa a platicar con la familia de Ricardo (que el se fue, pero su familia no), y Fabián no sé que hacía. 

Y llegó el último día. El cuál supuestamente ibamos a aprovechar muchísimo, pero nos volvimos a despertar tardísimo. Medio desayunamos y bajamos al mar + alberca. Volvimos a empacar y ordenar y después bajamos a comer al restaurante, para no tener que cocinar ni lavar platos. Y luego ya, de vuelta a la realidad. En el camión la segunda parte me encantó, pues platicamos y jugamos (y probablemente nos odiaron los demás pasajeros), mientras que en la primera solo leí y me mareé. 


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